Wähntest du etwa,
Ich sollte das Leben hassen
In Wüsten fliehn,
Weil nicht alle Blütenträume reiften?
(J.W. Goethe, Prometheus)
¿Creíste tal vez
que debía odiar la vida
y huir a los desiertos
porque no maduraron todos los sueños?
Uno de los azotes de nuestra sociedad actual es no saber/poder gestionar la frustración. Vivimos con la posibilidad de saciar casi instantáneamente cualquier necesidad, cualquier incomodidad, incluso cualquier deseo. Tenemos acceso directo a toda la información que queremos, a libros, videos, música, entretenimiento, incluso a sexo.
Y por si fuera poco, intentamos que nuestros hijos no tengan que sufrir carencias de ningún tipo, proporcionándoles todo y más de lo que necesitan.
Somos una sociedad anti-frustración. Hacemos todo para evitar la frustración.
Asociamos la frustración con el fracaso, con la pérdida, con el sufrimiento. Por tanto, es algo que tenemos que evitar a toda costa. Y nos perdemos en todo tipo de distracciones que nos alejan de nuestras metas.
Porque… por qué nos frustramos? Nos frustramos cuando queremos algo y no lo conseguimos. Cuanto más lo queremos, más nos frustramos. Más duele el no conseguirlo. Y entonces, cuando sentimos la frustración, qué solemos hacer? Taparla. Decir que no era tan importante (traición directa hacia lo que queríamos), o desviamos nuestra atención hacia otra cosa (traición indirecta (pero igual de dañina) hacia lo que queríamos).
Aprender a gestionar la frustración es un trabajo de atención y consciencia (y voluntad). Comienza por darnos cuenta que cuando desviamos nuestra atención (de una manera u otra), nos estamos engañando a nosotros mismos. Comenzamos a vivir en la mentira. Nos decimos que lo que queríamos no es tan importante. Devaluamos nuestra voluntad. Y con eso nos devaluamos a nosotros mismos.
Por suerte, nuestro cuerpo es más listo que nuestra mente. Y cuando nos engañamos a nosotros mismos, se siente incómodo.
Esto tiene un lado malo y otro bueno, y los dos son lo mismo visto desde otro punto de vista: Desde el punto de vista “malo“, cuando el cuerpo nota que se está engañando, se estresa, y crea más frustración, lo cual puede llevar a un círculo vicioso. Pero exactamente esta frustración aumentada también nos puede llevar a despertarnos, a darnos cuenta de que estamos yendo por el camino equivocado.
Y sólo entonces, cuando despertamos con esa sensación inaguantable de vivir en la mentira, de estar saboteándonos a nosotros mismos, podemos decidir de dejar de hacerlo.
El primer paso consiste en dejar de ver/entender/percibir la frustración como algo malo. Consiste en notar la sensación “de desagrado“ que sentimos cuando nos falta algo, como algo meramente físico: un nerviosismo, una desazón en todo caso, una intranquilidad. E inmediatamente decidir no intentar aplacarla, solucionarla, acallarla, sino todo lo contrario: quedarnos con ella, respirarla, dejar que “haga su trabajo“. Es importante no darle vueltas a la cabeza, caer en el drama mental, en el pánico o en el sufrimiento.
La experiencia de la frustración no es dañina. Es desagradable, sí, pero esa es precisamente su función: Consiste en mantenernos despiertos. Consiste en recordarnos que NO hemos conseguido lo que queríamos, y que por tanto toca seguir intentándolo.
Cuanto más conseguimos relajarnos con la frustración (es decir, cuando menos luchamos para deshacernos de ella), menos nos afecta de manera negativa, menos nos bloquea, menos nos estresa. Y más nos mantiene en la línea de lo que queremos.
Si realmente quiero escribir una novela, y a la décima página me canso de escribir, porque no se me ocurre la palabra, la manera de decir, la forma de enlazar los hilos narrativos, es decir, cuando me encaro a una dificultad, necesito toda mi energía para superarla. Necesito estar atento, despierto, con todos mis sentidos enfocados en la novela, en la historia, los personajes. Si tomo la frustración como un empuje extra de energía, puedo resolver el problema y seguir (lo cual es muy reconfortante). Si me dejo llevar por mi animosidad hacia la frustración, mi novela se acabó en la décima página.
Pero la frustración no aparece solamente cuando realizamos proyectos “grandes“, cuando realizamos nuestros sueños o el sentido de nuestra vida. Aparece muchas veces en situaciones insignificantes, y frecuentemente nos dañan más, si cabe, allí, que en las “grandes“ ocasiones. Cuando después de cenar estoy cansado y querría ir a dormir, pero siento esa sensación de que “aun falta algo“, cuando siento la insatisfacción de que el día no me ha dado todo lo que necesito, en vez de irme a dormir (y satisfacer una necesidad genuina), me pongo a ver la tele, a surfear por Internet, a beber algo, a chatear… en definitiva, a perder el tiempo haciendo cosas que no son realmente importantes para mí. Lo cual, al final, es más frustrante todavía.
Por lo tanto, y para volver a cómo lidiar con la frustración:
El primer paso consiste en darnos cuenta si estamos evitando sentirnos frustrados.
El segundo paso consiste en notar cómo se manifiesta la frustración. No hace falta explicarla mucho o ser muy exacto es su descripción. Es suficiente notar ese “desagrado“.
El tercer paso consiste en estar completamente de acuerdo en notar esa sensación desagradable, sin querer deshacerla, romperla, apagarla, entenderla, solucionarla, etc. Se trata de tener la curiosidad de ver qué pasa, si en vez de intentar deshacernos de ella, nos mantenemos con ella – y con el tema que nos ha frustrado. Se trata de mantenernos en el momento, en el aquí y ahora, y percibir el aquí y ahora. Lo peor, en todo caso, serán las sensaciones internas. Y si lo miramos bien, no tienen mucha transcendencia.
Ayuda recordar que tenemos siempre la opción de volver a engañarnos y a vivir en la mentira. Podemos elegir. Somos señores de nuestras vidas.
Finalmente, si nos quedamos un buen rato notando esa sensación (sin darle nombre, sin pensarla, sin arreglarla mentalmente), podremos proseguir con nuestra intención inicial.