Cuando siento mucha tristeza, quiero desaparecer. No sé qué hacer con la tristeza. No sé si soy yo, si es el lugar que es triste. Solamente siento, que algo me invade y se posa sobre mi alma como un manto pesado.
Quiero desaparecer, y dejo de respirar, y me pongo frenéticamente a intentar entender lo que pasa, porque necesito solucionarlo.
Y cada vez me siento más triste y más impotente. Quiero alejar aquello que me invade, con toda mi alma.
Y, sin embargo, sucede. Aquí y ahora. ¿Qué es? – No lo sé. Llevo años intentando averiguarlo. Al final, sucumbo a alguna distracción tentadora, y consigo olvidarme por un rato de este manto de tristeza e impotencia.
Pero vuelve. Sin remedio.
Hoy he intentado no evitarlo. No huirlo. No pensarlo. No entenderlo. He intentado abrirme con toda mi alma a ese manto, a esa sensación indescriptible. No ha sido fácil. Mi mente encontraba una y otra vez alguna razón por la cual debía ocuparse por alguna cosa que no estaba a mi alcance pero parecía ser importante.
Pero dada mi intención de abrirme a esa sensación de tristeza, conseguía una y otra vez volver a quedarme un rato con esa sensación de tristeza, sin rechazarla, sin querer solventarla…
No se ha transformado en una sensación agradable. La tristeza no se va.
Pero he dejado de sentirme impotente.
Y he dejado de perder el tiempo con todo aquello que me distrae de mis objetivos reales.